Ayer,
día 4 de Diciembre finalizó el período de mis prácticas de Patología Médica II.
Me asignaron el rotatorio por la sección de Cardiología, y en concreto, la
“Unidad de Dolor Torácico”. Francamente, creo que no puedo estar más contenta
de que me tocara esa y no otra.
El
primer día llegué como la típica alumna vergonzosa que no sabía adónde ir. Me asignaron a mi tutor clínico y
a partir de entonces y durante 3 semanas, sería su “perrillo faldero” que iría
detrás de él a todos los sitios con el típico refrán de “Oír, ver y callar”
grabado en la cabeza. Ahora os puedo decir, que todos los pensamientos que
tenía sobre cómo iban a ser mis prácticas, dieron un giro de 180o.
-
¿Hola, cómo te llamas?
-
Lucía. Me han asignado con usted para dar las prácticas de médica.
-
¿Ah sí? Encantado. Y por cierto, trátame de “tú”.
-
Igualmente.
Esas
fueron nuestras primeras palabras acompañadas de una sonrisa y la verdad, creo
que en la vida nadie me había dado tan buena impresión, recorriendo por mi
interior un presentimiento muy bueno sobre cómo sería mi estancia junto a él.
Desde
el primer momento que comenzamos a recorrernos la planta del hospital para
pasar por cada habitación, me transmitió confianza, seguridad y tranquilidad.
No iba a ser esa clase de tutor que te estuviera poniendo un examen continuo y
dejándote en evidencia a cada paso que dieras, y en el fondo, me alegro de
ello. Aún así, el primer día me sentía retraída, sin saber cuál iba a ser
concretamente mi función, por lo que me dediqué a escuchar y observar.
El
segundo día me levanté con más ganas de ayudar a esa gente que lo necesita (a
pesar del madrugón que conllevaba). Tras llegar al hospital y reunirme con él,
me hizo colaborar desde el primer momento, involucrándome en cada historia,
contándome cada enfermedad y el tratamiento más adecuado que se daría a cada
caso. La confianza ya empezaba a brotar. Estando en consulta y viéndolo un
tanto estresado, le ofrecí mi ayuda (aunque le dijera que yo no podía ayudarle
en mucho…soy estudiante, recordad). Para mi sorpresa, me dijo que sí, que podía
ayudarle en mucho. ¿Quieres pasar
consulta tú sola y después voy y reviso si lo has hecho bien? ¡Buag! No
sabéis la cara que se me puso en ese momento, pero imaginárosla: los ojos como
platos, sin poder creérmelo. ¡Por
supuesto! Pues allá fui. Era la primera vez en 4 años de carrera que
mantenía personalmente (y sola) la entrevista con el paciente. El corazón se me
iba a salir del pecho, pero había que poner todos los sentidos enfrente de la
persona enferma y hacerla sentir bien sin demostrarle tu nerviosismo. Creo que
no lo pude hacer mejor en mi primera vez, y para mi asombro, cuando acabé y lo
llamé para que la “corrigiera”… ¡Ni la modificó! La dejó tal cual como la había
hecho. Más orgullosa de mí misma no podía estar. Pues bien, esto fue solo el
comienzo. He vuelto a pasar consultas muchas más veces y creo que cada vez
mejor (ya sabéis, la experiencia hace mucho).
Pasan
los días, aumenta el entusiasmo, la confianza, la seguridad… y le añadimos el
comenzar a gastarnos bromas entre nosotros como si nos conociésemos de toda la
vida. Si al trabajo le añadimos estar alegre, risueño y con optimismo, todo se
hace más ameno.
-
¿Cuáles han sido las cifras de azúcar de esta mañana?
-
133- respondo.
-
Ciento treinta y tréh. Tú no eres de Graná ¿verdad?
-
Ja, ja, ja. Para nada… ¿Tanto se me nota?
Cada
vez me hace más confidente de los problemas que rodean a la sanidad, y
sinceramente, me dejaba perpleja. Creo
que tan solo miró mi tarjeta de identificación “Estudiante de Medicina” el
primer día, porque el resto de días para nada me trató como si lo fuera, me
trató como un profesional más y sin intentar quedar por encima de mí en ningún
momento (lo que dice mucho de una persona).
Podría
seguir escribiendo mucho más sobre cada día, pero seguramente os aburriríais y
no es mi intención. Quiero decir que estoy feliz por haber compartido todas
esas horas de mi vida con esa gran persona, por sus confidencias, por sus
bromas, por su optimismo ante la vida, por sus halagos hacia mí. Me ha hecho
confiar más en mí misma, me ha enseñado muchísimo: me ha enseñado a tratar con
los pacientes, a ser como se debe ser dentro de un Hospital.
-
Le voy a escribir una carta a tu madre para que sepa lo agradable,
buena persona y competente que ha sido
su hija para que te haga muchos pucheros este puente. Muchas gracias por todo,
has participado mucho y ha sido todo un placer tenerte aquí.
-
Placer el mío, seguiría viniendo pero otras prácticas me lo
prohíben. Aún así, no te preocupes, que me pasaré para verte y hacerte más
amena la estancia.
-
Si por favor (y hace
pucheros como un niño pequeño).
Deberíais
haberlo visto…Es todo un encanto en serio. Y tras dos besos de despedida, me
marché.
¡Ah,
se me olvidaba! En la unidad también había una enfermera, otra gran profesional
y que me ha aportado y enseñado mucho también. Todo un conjunto de personas que
hacen como debe su trabajo (a pesar de las dificultades que se presentan ahora
en el ámbito de la sanidad) y con una sonrisa en la cara.
Espero
volver a vivir esas experiencias tan buenas de nuevo. Simplemente, gracias.