Pasar de 0 a
100 en milésimas de segundo, de blanco a negro, o lo que es lo mismo, estar en
lo alto de la cima y sentirte ahora en territorio subterráneo. Sí, soy una
persona de emociones fuertes ¿Y qué? He nacido así y no creo que nada ni nadie
me haga cambiar. ¿Motivos? Inexplicables. Quizás sean cosas que estén dormidas
en tu subconsciente y que de buenas a primeras despierten y tengan ganas de dar
por saco y tú, como buena tonta, les haces caso.
En ocasiones
me gusta y en otras no. Me gusta porque cuando estoy en lo alto de todo, nadie
es capaz de achicarme. Me creo la dueña más absoluta de mi vida y la que puede
hacer todo lo que se proponga. La que tiene el don de sacarle una sonrisa a
cualquiera, de reír, de bailar y cantar por la calle, de hacer el tonto en
cualquier lugar y siempre con ganas de disfrutar al máximo del momento.
No me gusta
porque puedo llegar a ser la persona más solitaria que exista y que se aísle
tanto dentro de sí misma que no quiere que nadie más se involucre. Necesidad de
estar aislada y pensar en todo aquello que te pueda incomodar, que te haga ser
insegura, de las dificultades que se te han puesto por delante del camino y
crearte esa armadura a la cual nadie puede acceder. Lo reconozco y no tengo
miedo a ello.
Personas que
te hablan e intentan darte una palabra de esperanza o de alivio, de ánimo…y tú
lo agradeces, pero aún así nada tiene valor. Lo único que te sienta bien en
esos momentos es llorar, desahogarte escondida en el baño o como en este caso
estoy haciendo, intentar plasmar en este Word todo lo que se me pase de cabeza.
Y en estos
momentos es cuando empiezas a extrañar a personas...personas que siguen en tu
vida pero lejos de ti y otras personas, que por el contrario, se fueron hace
tiempo. Estar alejada de tu familia es algo muy difícil, o al menos, para mí.
Ahora es cuando me apetecería estar al lado de mi madre, en la cocina, aunque
solo sea mirándola y viendo lo que está preparando de cena, que me cuente lo
que ha hecho hoy y lo que no, que me pregunte como me van los estudios…o
simplemente, que me diga “Abrígate que hace frío”. Son palabras que por muy
repetitivas que sean, nunca me cansaré de escucharlas porque el día que no lo
haga, me preocuparé.
Probablemente
para dentro de un rato o para mañana, ya se me haya pasado este momento de
“bajón”, pero sin estos momentos, no sería yo. No tengo ganas de poner buena
cara ni de disimular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario