Si comparamos un simple autobús urbano con la vida, te pones
a pensar, y la verdad se parecen tanto que hasta parece tonto imaginárselo.
La paradoja es la siguiente:
En un autobús se monta todo tipo de gente: neonatos, niños
pequeños, adolescentes, gente cuarentona por así decirlo y ancianos entre otros.
Si no tienes nada que hacer mientras te recorres tu ciudad
en autobús para llegar a tu destino, puedes pararte y entretenerte observando a
cada persona; te encuentras sensaciones de todo tipo: rostros de tristeza,
soledad, angustia, la felicidad imparable de los pequeños, la alegría y ganas
de vivir de otros, la ignorancia o estupidez, o simplemente, el pasotismo.
Y sí, de todos esos sustantivos abstractos está la vida
llena.
El incitarme a escribir este texto se me ocurrió viajando en
un autobús, parece tonto, pero me motivó a hacerlo.
Si experimentas tristeza o soledad, puedes pasar el tiempo
subiéndote en uno y mirando a tu alrededor, a la gente y a los paisajes. Puedes
consolarte sabiendo que si observas puedes ver a gente que se encuentra en una
situación quizás peor que la tuya.
Y en ocasiones, mas que nada por experiencia propia, te escabulles
detrás de unas simples gafas de sol mientras sientes que una auténtica soledad
se apodera de ti y simultáneamente se derraman unas cuantas lágrimas por tu
cara, mientras ninguno de los pasajeros del autobús se cosca de lo que te
ocurre.
Y de ese modo se encuentran miles de personas tanto en la
vida misma como subidas en un mero autobús. Quizás vosotros lo experimentéis
algún día si es que aún no lo habéis hecho.
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